María

—¿Shakespeare? Calderón… Versos, ¿no? Teatro Español. ¿Más versos? Confiésamelo, ¿todavía haces versos? Recuerdo que hacías algunos que me entristecían haciéndome pensar en el Cauca. ¿Conque haces?

—No.

—Me alegro de ello, porque acabarías por morirte de hambre.

—Cortés —continuó—; ¿Conquista de México?

—No; es otra cosa.

—Tocqueville, Democracia en América…  ¡Peste! Ségur… ¡Qué runfla!

Al llegar ahí sonó la campanilla del comedor avisando que el refresco estaba servido. Carlos, suspendiendo la fiscalización de mis libros, se acercó al espejo, peinó sus patillas y cabellos con una peinilla de bolsillo, plegó, como una modista un lazo, el de su corbata azul, y salimos.

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