La República ha caído. Los lores Sith gobiernan la galaxia. Obi-Wan Kenobi ha perdido todo: la Orden Jedi, sus amigos, su propósito. Ahora, exiliado en Tatooine, debe convertirse en un fantasma, ocultarse en las arenas mientras protege al niño que representa la última esperanza de la galaxia. Pero incluso en este desierto olvidado, el peligro acecha. Los nativos Tusken, criminales y granjeros desesperados pueden ser tan letales como el Imperio. Kenobi juró no intervenir... pero, ¿cuánto tiempo podrá ignorar las injusticias antes de que su pasado lo alcance?
El sol gemelo de Tatooine cae sobre las dunas como una herida abierta. El calor es insoportable, pero Ben Kenobi apenas lo siente. Se ha convertido en parte del desierto.
El exilio es su castigo.
Hace semanas llegó a este planeta con un solo propósito: vigilar al niño. Proteger a Luke Skywalker desde las sombras. Pero eso es lo único que puede hacer. No puede acercarse. No puede interferir.
En la distancia, la granja de los Lars es un punto diminuto en el infinito de arena. Owen, testarudo y terco, ha dejado claro que no quiere su ayuda. "Déjanos en paz," le dijo la última vez. "Este niño no será un guerrero."
Ben lo entendió. Pero eso no cambia su deber.