El Castillo

XXII

Entonces K vio, al mirar a su alrededor, en la lejanía, en una de las esquinas del corredor, a Frieda; ella hizo como si no le reconociera, se limitaba a mirarle fijamente, en la mano llevaba una taza y varios platos vacíos. K le dijo al sirviente, quien, sin embargo no le prestó ninguna atención —cuanto más se hablaba con el sirviente, más ausente se mostraba—, que volvería en seguida, y corrió hacia Frieda. Al llegar a donde estaba la cogió por los hombros, como si recuperase su posesión, le hizo algunas preguntas insignificantes y miró sus ojos con actitud examinadora. Pero su aspecto tenso no cambió, intentó algo confusa colocar algunos platos sobre una taza y dijo:

—¿Qué quieres de mí? Vete con ellas…, bueno, ya sabes cómo se llaman, precisamente vienes de su casa, puedo verlo en tu mirada.

K cambió rápidamente de tema, la entrevista no tenía que producirse de manera tan repentina y comenzando por lo peor, por lo más desventajoso para él.

—Pensaba que estarías en la taberna —dijo.

Frieda le miró asombrada y pasó suavemente la mano que le quedaba libre por su frente y su mejilla. Era como si hubiese olvidado su aspecto y quisiese volver a tomar conciencia de él, también sus ojos tenían la expresión velada de un recuerdo ganado con esfuerzo.

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