El Proceso

Cuando la señora Grubach le trajo el desayuno desde que enojó tanto a K ya no delegaba en la criada ningún servicio, K no se pudo contener y le habló por primera vez en seis días.

¿Por qué hay hoy tanto ruido en el recibidor? preguntó mientras se servía el café. ¿No se podría evitar? ¿Precisamente hay que limpiar el domingo?

Aunque K no miró a la señora Grubach, notó que respiró aliviada. Consideraba esas palabras severas de K como un perdón o como el comienzo del perdón.

No están limpiando, señor K dijo ella, la señorita Montag se está mudando a la habitación de la señorita Bürstner y traslada sus cosas.

No dijo nada más, se limitó a esperar a que K hablase o consintiese que ella lo siguiera haciendo. K, sin embargo, la puso a prueba, removió pensativo el café con la cuchara y calló. Luego la miró y dijo:

¿Ha renunciado ya a su sospecha referente a la señorita Bürstner? Señor K exclamó la señora Grubach, que había estado esperando esa pregunta, doblando las manos ante K, usted tomó tan mal hace poco una mención ocasional. Jamás he pensado en insultar a nadie. Usted me conoce ya desde hace mucho tiempo, señor K, para estar convencido de ello. ¡No sabe lo que he sufrido los últimos días! ¡Yo, difamar a uno de mis inquilinos! ¡Y usted, señor K, lo creía! ¡Y dijo que debería echarle! ¡Echarle a usted!

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