El Proceso

No dijo K, sin más explicaciones. Permanecía en medio de la habitación, con las manos entrelazadas a la espalda. Reflexionaba con la frente arrugada. ¿Acaso se había precipitado con los preparativos del viaje? ¿No era mejor quedarse? ¿Quería viajar sólo por puro sentimentalismo? ¿Y si por ese sentimentalismo descuidaba algo allí, por ejemplo perdía una importante oportunidad para actuar, que, además, podía surgir en cualquier momento, sobre todo ahora, cuando el proceso, desde hacía semanas, no había experimentado cambio alguno y no había surgido ninguna noticia referente a él? ¿Y no asustaría a la pobre mujer, ya mayor? Eso era algo que no pretendía en absoluto y, sin embargo, podía ocurrir contra su voluntad, pues ahora muchas cosas ocurrían contra su voluntad. Y la madre tampoco había manifestado su deseo de verle. Antes, en las cartas de su primo, se habían repetido regularmente las urgentes invitaciones de la madre, pero desde hacía un tiempo se habían interrumpido. Así que por la madre no iba, eso estaba claro. Si iba, no obstante, por alguna esperanza referida a él, entonces era un completo demente y allí, en la desesperación final, recibiría la recompensa por su demencia. Pero, como si estas dudas no fueran las suyas propias, sino que intentasen convencer a gente extraña, mantuvo, al despertar de su ausencia mental, la determinación de viajar. El director, mientras tanto, casualmente o, lo que era más probable, por especial consideración a K, se había inclinado sobre el periódico, pero ahora elevó los ojos, estrechó la mano de K y le deseó, sin plantearle más preguntas, un buen viaje.

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