El Proceso

Pero K se había decidido a partir. Desde hacía tiempo había confirmado en su temperamento, entre otras cosas desagradables, una cierta inclinación a quejarse, así como una ansiedad irrefrenable por satisfacer todos sus deseos. Bien, en este caso particular, ese defecto serviría para una buena acción.

Se acercó a la ventana para ordenar un poco sus pensamientos, luego mandó que se llevasen la comida, envió al ordenanza a casa de la señora Grubach para que le anunciase su partida y para recoger el maletín, en el que la señora Grubach podía meter lo que considerase conveniente. A continuación, dejó unos encargos, referentes a algunos negocios, al señor Kühne, para que los realizase durante el tiempo en que iba a estar ausente; esta vez apenas se enojó por las malas maneras con que últimamente recibía sus encargos, sin ni siquiera mirarle, como si supiera de sobra lo que tenía que hacer y sólo tolerase ese reparto de encargos como una ceremonia. Finalmente, se fue a ver al director. Cuando le pidió dos días libres para visitar a su madre, el director preguntó, naturalmente, si la madre de K estaba enferma.



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