Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes

1

Herlock Sholmes y Wilson estaban sentados junto a la gran chimenea, con los pies extendidos hacia un magnífico fuego de leños.

La pipa de Sholmes, con cazuela de plata y muy corta, se apagó. Vació las cenizas, la llenó de nuevo, la encendió, se arropó las piernas con los faldones de su bata y extrajo de la pipa largas bocanadas de humo que se entretuvo en lanzar al techo en pequeños redondeles.

Wilson le miraba. Le miraba como el perro acostado en círculo sobre la alfombra mira a su amo, con ojos redondos, sin parpadear, ojos que no tienen otra esperanza que reflejar el gesto esperado. ¿Iba a romper el amo el silencio? ¿Iba a revelarle el secreto de su ensimismamiento actual y admitirle en el reino de la meditación cuya entrada le parecía a Wilson que estaba prohibida para él?

Sholmes callaba.

Wilson se arriesgó:

—Los tiempos están tranquilos. Ni un caso que llevarnos a la boca.

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