Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes

2

El brillante azul

La noche del 27 de marzo, en el pequeño chalé de la avenida Henri-Martin, número 24, que su hermano le había legado seis meses antes, el anciano general barón de Hautrec, embajador en Berlín durante el Segundo Imperio, dormía en un cómodo sillón, mientras su dama de compañía le leía y sor Auguste le calentaba la cama y preparaba la mariposa de aceite.

—Señorita Antoinette, mi tarea ha terminado. Me voy.

—Muy bien, sor Auguste.

—Sobre todo, no olvide que la cocinera ha salido y que está usted sola en la casa con el criado.

—No tema por el señor barón. Duermo en la habitación de al lado, como ya sabe, y dejo la puerta abierta.

La religiosa se marchó. Al cabo de unos instantes fue Charles, el criado, quien vino a recibir órdenes. El barón se había despertado. Él mismo respondió:

—Las mismas órdenes de siempre, Charles: compruebe si el timbre eléctrico funciona bien en su habitación y, a la primera llamada, baje y corra a casa del médico.

—Mi general se preocupa demasiado.

—No estoy bien…, no estoy bien. Vamos, señorita Antoinette, ¿en dónde habíamos interrumpido la lectura?

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