El Fantasma de la Ópera

—Júreme que no hará nada por «saber» —insistió ella—. Júreme que no volverá a entrar en mi camerino si yo no lo llamo.

—¿Me promete llamarme alguna vez, Christine?

—Se lo prometo.

—¿Cuándo?

—Mañana.

—¡Entonces, se lo juro!

Fueron sus últimas palabras ese día.

Él le besó las manos y se fue maldiciendo a Erik e intentando armarse de paciencia.





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