El Fantasma de la Ópera

Capítulo V

Dicho esto, el señor Richard dejó de ocuparse del inspector y trató diversos asuntos con su administrador, que acababa de entrar. El inspector pensó que ya podía irse y, con sumo cuidado, de espaldas, se acercaba ya a la puerta cuando el señor Richard, al darse cuenta de la maniobra, paralizó al desgraciado mediante un estruendo: «¡No se mueva!».

Gracias a las diligencias de Rémy, habían ido a buscar a la acomodadora, que era portera en la calle de Provence, a dos pasos de la ópera. No tardó en entrar.

—¿Cómo se llama usted?

—Mamá Giry Me conoce bien, señor director. Soy la madre de la pequeña Giry, es decir, la pequeña Meg.

Lo dijo con un tono rudo y solemne que por un momento impresionó al señor Richard. Miró a mamá Giry (chal suelto, zapatos gastados, viejo vestido de tafetán, sombrero color hollín). Era evidente, por la actitud del director, que éste no conocía en absoluto o no recordaba haber conocido a mamá Giry, «ni siquiera a la pequeña Meg». Pero el orgullo de mamá Giry era tal que esta célebre acomodadora (mucho me temo que su nombre dio lugar a la palabra «giries», bien conocida en la jerga de entre bastidores. Por ejemplo: si una artista reprocha a una compañera sus chismes, sus cotilleos. Le dirá: «Eso es propio de giries») imaginaba ser conocida por todo el mundo.

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