El Horror de Dunwich

Luego, Wesley Corey, que a la sazón miraba por el objetivo, gritó con todas sus fuerzas que Armitage se había puesto a ajustar el pulverizador que llevaba Rice, y todo indicaba que algo iba a ocurrir de un momento a otro. El desasosiego empezó a cundir entre el grupo del camino, pues, según les habían dicho, el pulverizador debería hacer visible por unos instantes al desconocido horror. Dos o tres hombres cerraron los ojos, en tanto que Curtis Whateley arrebató el catalejo a Wesley y lo dirigió hacia el punto más distante posible. Pudo ver que Rice, desde el lugar de observación en que se encontraban los expedicionarios —por encima y justo detrás del monstruoso ser— tenía una excelente oportunidad para intentar diseminar los potentes polvos de prodigiosos efectos.

El resto de los que estaban en el camino sólo pudieron ver el fugaz resplandor de una nube grisácea —una nube del tamaño de un edificio relativamente alto— próxima a la cima de la montaña. Curtis, que era quien en aquellos momentos miraba por el catalejo, lo dejó caer de golpe sobre el barro que les cubría hasta los tobillos, al tiempo que lanzaba un grito aterrador. Se tambaleó, y habría caído al suelo de no ser por dos o tres compañeros que le ayudaron y le sostuvieron en pie. Un casi inaudible gemido era lo único que salía de sus labios.

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