El Príncipe

Por consiguiente, estos príncipes nuestros que ocupaban el poder desde hacía muchos años no acusen a la fortuna por haberlo perdido, sino a su ineptitud. Como en épocas de paz nunca pensaron que podrían cambiar las cosas (es defecto común de los hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza), cuando se presentaron tiempos adversos, atinaron a huir y no a defenderse, y esperaron que el pueblo, cansado de los ultrajes de los vencedores, volviese a llamarlos. Partido que es bueno cuando no hay otros; pero está muy mal dejar los otros por ése, pues no debernos dejarnos caer por el simple hecho de creer que habrá alguien que nos recoja. Porque no lo hay; y si lo hay y acude, no es para salvación nuestra, dado que la defensa ha sido indigna y no ha dependido de nosotros. Y las únicas defensas buenas, seguras y durables son las que dependen de uno mismo y de sus virtudes.








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