El paraíso perdido

Tras rodear la Tierra y meditar su argucia, Satán retorna como una niebla nocturna al Paraíso y penetra en la dormida serpiente. Por la mañana, Adán y Eva parten a sus labores, que Eva propone repartir entre distintos lugares y trabajar separadamente. Adán no está de acuerdo y alega el peligro de que ese enemigo sobre el que se les ha advertido tiente a Eva hallándola sola. Eva, resistiéndose a que no se la considere lo bastante firme o circunspecta, se obstina en ir sola, más deseosa todavía de poner a prueba su propia fuerza. Adán acaba por ceder. La Serpiente la encuentra sola: su sutil aproximación, primero observando, hablando luego y, con mucha zarracatería, adulando a Eva por encima de todo el resto de las criaturas. Eva, asombrándose al oír hablar a la Serpiente, le pregunta cómo ha accedido al lenguaje humano y semejante entendimiento, de los que careciera hasta entonces. La Serpiente responde que al probar de cierto árbol del Jardín obtuvo tanto el lenguaje como la razón, que le faltaran antes. Eva le pide que la conduzca a ese árbol y descubre que se trata del prohibido Árbol de la Ciencia. La Serpiente, más atrevida ya, con mucha astucia y palabrería acaba por inducirla a comer de él. Eva, a la que agrada el sabor, delibera un rato sobre si darle de él a Adán o no; por fin, le lleva el fruto y le cuenta qué la persuadió a comer de él. Adán, perplejo al principio pero viéndola perdida, decide perecer con ella por la vehemencia de su amor y, subestimando la transgresión, come también del fruto. Los efectos en ambos. Tratan de cubrir su desnudez; luego caen en la disputa y en recíprocas acusaciones.

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