El paraíso perdido

Una sección de «Notas» al final del volumen proporcionará al lector la información suficiente para enfrentarse al permanente alarde de conocimientos mitológicos, geográficos, astronómicos y de otra toda índole que el género épico impone al autor, así como para comprender mejor (y acaso excusar) algunas de las soluciones ofrecidas por este traductor.

En el prólogo a la traducción de X. Campos del Jerusalem de Blake, Francisco Fernández sugiere que una traducción mala es preferible a nada. No comparto la idea en absoluto. De adolescentes, al leer las obras que se suponían monumentos del genio humano universal en las traducciones del momento, pensábamos con frecuencia que el panteón literario —otro más— existía, no por el valor artístico intrínseco de las obras y autores que lo componían, sino sólo por la pátina rancia que le habían otorgado la tradición y el Alto Consejo Universal de Sabios Gerontócratas. Algunos de mis compañeros de entonces, desanimados por aquéllas a perseguir después las obras originales en sus propias lenguas, siguen pensando lo mismo. Y no me extraña. Pido, así pues, anticipadas disculpas en caso de que la presente traducción pudiese causarle efecto comparable a algún infortunado, adolescente o no.

Bel Atreides Sitges, julio de 2005

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