El paraíso perdido

Como puede verse, gran parte de las incertidumbres surgen, no de dificultades interpuestas por el poema mismo, sino del anómalo binomio que en cierto modo constituyen Milton y su Paraíso perdido. Pero es esta anomalía, con la indeterminación en la que sume al significado último de la obra, la que sigue infundiendo al poema una inextinguible vitalidad. Cada intento de resolverla es, en realidad, un modo de salvar el poema para las sucesivas épocas y consciencias de una cultura que, desde los tiempos de Milton, no ha hecho sino distanciarse de la experiencia religiosa y de la explicación bíblica del hombre y el mundo. En este viaje, Milton y el Paraíso perdido van juntos: rescatar a uno para la posteridad es rescatar al otro, porque ésta es la obra para la que Milton se preparó desde siempre y en la que puso todo lo que podía poner de sí. Pero, no nos engañemos, la intencionalidad de Milton es, en última instancia impenetrable: tratar de leer el Paraíso perdido en función del Milton histórico y a Milton en función de su gran poema épico es, en buena manera, hacer que uno y otro nos lean a nosotros mismos[7]; leer el Paraíso perdido con este o aquel o el otro personaje como héroe del relato es hacer que cada una de estas criaturas literarias reescriba a su autor para nosotros y nos escriba incluso a nosotros mismos como lectores. El resultado de esta interacción sistémica es un nuevo Paraíso de lectura, una nueva transmigración del poema miltónico que nos sigue hablando en el lenguaje de nuestras inquietudes existenciales, mientras que la adaptación dramática del mismo realizada por Dryden[8], a pesar de que su brevedad la convierte en un texto mucho más apto para los hábitos de lectura contemporáneos, ha quedado atrás como una fósil curiosidad.

eXTReMe Tracker