Ana de las Tejas Verdes

Ana estaba fuera, en el huerto, vagando a sus anchas por el césped fresco y trémulo salpicado por la rojiza luz del atardecer, cuando llegó la señora Rachel, de modo que la buena señora tuvo una magnífica ocasión para hablar de su enfermedad, describiendo cada dolor y cada latido del pulso con una satisfacción tan evidente que Marilla pensó que hasta la gripe debía tener sus compensaciones. Cuando terminó con todos los detalles, la señora Rachel dejó caer la verdadera razón de su visita.

- He escuchado cosas muy sorprendentes sobre usted y Matthew.

- No creo que esté usted más sorprendida que yo misma – dijo Marilla –. Todavía me estoy recuperando de la sorpresa.

- Es una lástima que se diera tal equivocación – dijo la señora Rachel –. ¿No podrían haberla devuelto?.

- Supongo que sí, pero decidimos no hacerlo. Matthew se encariñó con ella. Y a mí también me gusta, aunque reconozco que tiene defectos. La casa ya parece otra. Es una niña realmente inteligente.

Marilla dijo más de lo que tenía intenciones de expresar cuando comenzó a hablar, pues leía el reproche en la expresión de la señora Rachel.

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