Ana calló según sus deseos. Pero durante el resto de la semana habló de la excursión, pensó en la excursión y soñó con la excursión. El sábado llovió, y se excitó tan frenéticamente por miedo a que continuara lloviendo hasta el miércoles, que Marilla le hizo coser y hacer remiendos de más para calmar sus nervios.
El domingo, cuando volvían de la iglesia, Ana le confió a Marilla que había llegado al colmo de la excitación cuando el ministro había anunciado la excursión desde el púlpito.
- ¡Qué estremecimiento me corrió por la espalda, Marilla! No creo que hasta ese momento haya creído que realmente iba a haber una excursión. No podía evitar el temer 47
que sólo me lo hubiera imaginado. Pero cuando un ministro dice una cosa desde el púlpito, no hay más que creerla.
- Pones demasiado corazón en las cosas, Ana – dijo Marilla suspirando –. Temo que te esperen muchas desilusiones en la vida.