Ana de las Tejas Verdes

- No, yo terminaré de pelarlos. Haz lo que te ordeno.

Cuando Ana se hubo ido, Marilla realizó sus labores vespertinas con la mente turbada. Se hallaba preocupada por su valioso broche. ¿Y si Ana lo había perdido? Y qué maldad la de la niña al negar que lo había sacado, cuando cualquiera podía ver que lo había hecho. ¡Y con una cara tan inocente!.

- No sé cómo no se me ocurrió antes – pensó, mientras pelaba nerviosamente los guisantes

–. No creo que pensara robarlo. Lo cogió para jugar o ayudar a su imaginación. Debe haberlo cogido, está claro, pues nadie ha ido a esa habitación hasta que yo subí esta noche. Y el broche ha desaparecido. Supongo que lo habrá perdido y no quiere reconocerlo por temor al castigo. Es algo terrible pensar que dice mentiras; peor aún que sus enfados. Es una terrible responsabilidad tener en casa a una criatura en la que no se puede confiar. Hipocresía y falsedad es lo que ha demostrado. Eso me mortifica más que lo del broche. Si me hubiera dicho la verdad, no me importaría tanto.

Aquella tarde, Marilla fue varias veces a su habitación y la registró en busca del broche, sin hallarlo. Una visita nocturna a la buhardilla no produjo mejores resultados. Ana persistía en negar que supiera algo del broche y ello convencía a Marilla de lo contrario.

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