Ana de las Tejas Verdes

- Volveré a echar otra mirada – dijo Marilla, dispuesta a ser justa –. Si lo pusiste en el mueble, allí estará todavía. Si no está, sabré que no lo hiciste.

Marilla volvió a su habitación e hizo una búsqueda escrupulosa, no sólo sobre el mueble, sino por todos los lugares donde pensó que podía haber ido a parar el broche. No lo pudo hallar y volvió a la cocina.

- Ana, el broche ha desaparecido. Has reconocido que fuiste la última persona que lo tuvo en la mano. Ahora bien, ¿qué hiciste con él? Dime la verdad: ¿lo llevaste fuera y lo perdiste?.

- No – contestó Ana solemnemente, mirando a los enojados ojos de Marilla –. Nunca saqué su broche de la habitación; ésa es la verdad, aunque tuviera que ir al patíbulo por ello. Claro que no estoy muy segura de qué es un patíbulo, pero no importa. Así es, Marilla.

El “así es” de Ana sólo pretendía dar énfasis a su afirmación, pero Marilla lo tomó como un desafío.

- Creo que me estás diciendo una mentira, Ana. Sé que eres capaz. Ahora, no digas una sola palabra más, a menos que sea la verdad. Vete a tu cuarto y quédate allí hasta que estés dispuesta a confesar.

- ¿Puedo llevarme los guisantes? – dijo Ana dócilmente.

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