Ana de las Tejas Verdes

- Yo lo vi esta tarde mientras usted estaba en la Sociedad de Ayuda – dijo Ana con lentitud –. Crucé frente a la puerta y lo vi en el alfiletero, de manera que entré a mirarlo.

- ¿Lo tocaste? – dijo Marilla severamente.

- Sí-í-í – admitió Ana –. Lo cogí y lo prendí a mi pecho para ver cómo quedaba.

- No tenías por qué hacerlo. Está muy mal que una niña se entrometa. En primer lugar, no debiste haber entrado en mi habitación, y en segundo lugar, tampoco debiste haber tocado un broche que no te pertenecía. ¿Dónde lo has puesto?.

- Oh, lo volví a colocar en el alfiletero. No lo tuve puesto ni un minuto. De verdad, Marilla, no quise entrometerme. No pensé que fuera algo malo entrar y probarme el broche; ahora que lo sé, no volveré a hacerlo. Eso es algo bueno que tengo; nunca hago dos veces algo malo.

- No lo pusiste allí – dijo Marilla –. Ese broche no está en el mueble. Algo habrás hecho con él, Ana.

- Lo volví a poner allí – dijo la niña rápidamente –, no me acuerdo si lo pinché en el alfiletero o lo dejé en el platito de loza. Pero estoy perfectamente segura de que lo volví a dejar en su habitación.

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