Ana de las Tejas Verdes

La primavera había llegado una vez más a “Tejas Verdes”: la hermosa, caprichosa y tardía primavera canadiense, cruzando lentamente abril y mayo en una sucesión de días dulces, frescos, con rosados atardeceres y milagros de resurrección y crecimiento. Los arces del Sendero de los Amantes estaban florecidos de rojo y rizados helechos se agolpaban alrededor de la Burbuja de la Dríada. En los eriales, tras la finca de Silas Sloane, crecían las flores de mayo, estrellas blancas y rosas con hojas de color castaño. Todos los colegiales pasaron una dorada tarde juntándolas y regresaron a casa a la luz del claro crepúsculo con los cestos llenos de perfumada carga.

- Compadezco tanto a la gente que vive en hogares donde no hay flores – dijo Ana –.

Diana dice que quizá tienen cosas mejores, pero no creo que pueda haber nada superior,

¿no es así, Marilla? Diana dice que si no saben cómo son, no las echarán de menos.



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