Ana de las Tejas Verdes

Creo que el de muselina azul estampada es más bonito y, sin lugar a duda, más a la moda.

- Pero el blanco te queda mucho mejor – dijo Diana –. ¡Es tan delicado! El de muselina es almidonado y te hace parecer demasiado puntillosa. Pero el de organdí da la impresión de que forma parte de ti.

Ana suspiró condescendientemente; Diana estaba adquiriendo reputación por su buen gusto en el vestir y sus consejos eran muy solicitados. También ella estaba muy guapa aquella noche especial con un vestido rosado, color del que Ana siempre tendría que prescindir; pero como no iba a tomar parte en el festival, su apariencia era de menor importancia. Todos sus anhelos se concentraban en Ana, quien, para honor de Avonlea, debía estar vestida y adornada como para desafiar cualquier mirada.

- Corre un poco más ese volante... así; ven, déjame atarte el cinturón; ahora los zapatos.

Voy a dividir tu cabello en dos gruesas trenzas y las ataré por la mitad; no, no deshagas ni un rizo de los que caen sobre la frente; es como mejor te queda, Ana, y la señora Allan dice que pareces una madonna cuando te peinas así. Te pondré esa rosa blanca detrás de la oreja. Era la única que había en casa y la guardé para ti.

- ¿Me pongo las perlas? – preguntó Ana –. Matthew me trajo un collar de la ciudad la semana pasada y sé que le gustaría vérmelo puesto.

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