Ana de las Tejas Verdes

Ana pasó un hermoso día en compañía del mundo exterior. Nunca olvidó aquel día; ¡fue tan dorado y hermoso, tan despojado de sombras! Ana pasó algunas de sus mejores horas en el manzanar; fue a la Burbuja de la Dríada, a Willowmere y al Valle de las Violetas; visitó la rectoría y tuvo una agradable charla con la señora Allan, y finalmente, al caer la tarde, acompañó a Matthew a buscar las vacas al prado, a través del Sendero de los Amantes. Los bosques estaban glorificados por el ocaso y el cálido esplendor que se colaba por los valles del oeste. Matthew caminaba lentamente con la cabeza inclinada; Ana, alta y erguida, adoptó su ágil paso al suyo.

- Hoy ha trabajado mucho, Matthew – dijo con reproche –. ¿Por qué no se toma las cosas con más calma?.

- Bueno, no veo por qué no – dijo Matthew mientras abría el portón para dejar pasar las vacas –. Es que me vuelvo viejo y me olvido. Bueno, bueno; siempre he trabajado duro, y lo mejor será morir al pie del cañón.

- Si yo hubiera sido el muchacho que mandaron a buscar – dijo Ana –, sería capaz de ayudarle de cien maneras. Sólo por eso me gustaría haberlo sido.

- Bueno, te prefiero a cien muchachos, Ana – dijo Matthew acariciándole la mano –.

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