Ana de las Tejas Verdes

Por razones muy personales, Marilla no dijo a Ana hasta la tarde siguiente que se quedaría en “Tejas Verdes”. Durante la mañana mantuvo a la niña ocupada en distintas tareas y la observó con ojo vigilante. Al mediodía ya había decidido que Ana era pulcra y obediente, deseosa de trabajar y rápida para aprender, viendo que su mayor defecto era ponerse a soñar con los ojos abiertos en medio de la labor, olvidándola hasta que una reprimenda o una catástrofe la devolvía al mundo.

Cuando Ana hubo terminado de lavar los platos del almuerzo, se dirigió a Marilla, con el aspecto de alguien desesperadamente decidido a saber lo peor. Su delgado cuerpecito temblaba de la cabeza a los pies; su cara estaba enrojecida y sus ojos dilatados. Juntó las manos y dijo con voz implorante:

- Oh, señorita Cuthbert, ¿quisiera decirme si me van a devolver o no? He tratado de ser paciente toda la mañana, pero en realidad siento que no podré resistir más. Es una sensación horrible. Dígamelo, por favor.

- No has limpiado el trapo con agua caliente como te indiqué – dijo Marilla, inconmovible

–, ve a hacerlo antes de preguntar más, Ana...

Ana fue a hacer lo que le indicaban. Luego volvió junto a Marilla y fijó en ésta sus ojos implorantes.

- Bueno – dijo Marilla, incapaz de hallar alguna otra excusa para retardar más el asunto –.

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