El naufragio del Titán

—Señor, el ingeniero no sintió ninguna sacudida en la sala de máquinas, y las calderas están en calma.

—Y sus hombres no informaron de ninguna alarma en las cabinas. ¿Qué hay del piloto? ¿Ha vuelto ese hombre? —preguntó el capitán. Otro vigía apareció mientras hablaba.

—Duerme como un lirón en el entrepuente, señor —dijo. En ese momento entró un suboficial con el mismo informe de los castillos de proa.

—Muy bien —dijo el capitán, poniéndose en pie—; vengan de uno en uno a mi oficina: primero los hombres de guardia, luego los suboficiales de tercera y después el resto. Los suboficiales vigilarán en la puerta que no salga nadie hasta que yo haya hablado con todos.

Pasó a otra sala, seguido por un hombre de guardia, que salió al poco y subió a cubierta con semblante más alegre. Luego entró y salió otro, y después otro, y otro, hasta que todos menos Rowland hubieron comparecido en ese espacio sagrado, y todos mostraban la misma expresión complacida y satisfecha al salir de allí. Cuando entró Rowland, el capitán, sentado junto a un escritorio, le hizo señas de que se sentara y le preguntó su nombre.

—John Rowland —respondió. El capitán lo anotó.

eXTReMe Tracker