El naufragio del Titán

El primer oficial corrió a la vía y el capitán, que había permanecido allí, se abalanzó sobre el telégrafo de la sala de máquinas y esta vez accionó la palanca. Pero cinco segundos más tarde la proa del Titán empezó a elevarse, y enfrente, a ambos lados, se pudo ver entre la niebla una superficie helada de treinta metros de altura que se interponía en su rumbo. Cesó la música en el teatro y, en medio del maremágnum de voces y gritos y del ensordecedor ruido del metal arañando y chocando contra el hielo, Rowland escuchó la voz angustiada de una mujer que llamaba desde la escalera del puente:

—¡Myra, Myra! ¿Dónde estás? ¡Vuelve!









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