El naufragio del Titán

Si entretanto hubiera aparecido una vela a lo lejos él no la habría visto, ni tampoco se divisaba ahora. Sin fuerzas para subir la cuesta, regresó al bote en el que dormía la pequeña, agotada de tanto llorar en vano. Su torpe aunque heroica manera de envolverla para librarla del frío sin duda contribuyó en gran medida a que cicatrizaran sus heridas, obligándola a permanecer quieta, aunque añadiera un sufrimiento más a los que ya padecía la pequeña. Rowland contempló un instante su carita pálida y manchada de lágrimas, con el flequillo rizado asomando por las capas de lona y, agachándose dolorido, besó dulcemente a la niña; pero eso hizo que se despertara y empezara a llorar por su madre. Él no podía consolarla, ni se sentía con fuerzas para intentarlo; con una informe y muda maldición contra el destino brotándole del pecho, fue a sentarse en el barco naufragado, a unos metros de allí.








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