Así habló Zaratustra

De la muerte libre

Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina: «¡Muere a tiempo!».

Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña.

En verdad, quien no vive nunca a tiempo, ¿cómo va a morir a tiempo? ¡Ojalá no hubiera nacido jamás! – Esto es lo que aconsejo a los superfluos.

Pero también los superfluos se dan importancia con su muerte, y también la nuez más vacía de todas quiere ser cascada.

Todos dan importancia al morir: pero la muerte no es todavía una fiesta. Los hombres no han aprendido aún cómo se celebran las fiestas más bellas.

Yo os muestro la muerte consumadora, que es para los vivos un aguijón[121] y una promesa.

El consumador muere su muerte victoriosamente, rodeado de personas que esperan y prometen.

Así se debería aprender a morir; ¡y no debería haber fiesta alguna en que uno de esos moribundos no santificase los juramentos de los vivos!

Morir así es lo mejor; pero lo segundo es: morir en la lucha y prodigar un alma grande.

Tanto al combatiente como al victorioso les resulta odiosa esa vuestra gesticuladora muerte que se acerca furtiva como un ladrón – y que, sin embargo, viene como señor[122].

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