Así habló Zaratustra

¡Quiera mi destino poner siempre en mi senda a gentes sin sufrimiento, como vosotros, y a gentes con quienes me sea lícito tener en común la esperanza y la comida y la miel!

En verdad, yo he hecho sin duda esto y aquello en favor de los que sufren: pero siempre me parecía que yo obraba mejor cuando aprendía a alegrarme mejor.

Desde que hay hombres el hombre se ha alegrado demasiado poco: ¡tan sólo esto, hermanos míos, es nuestro pecado original!

Y aprendiendo a alegrarnos mejor es como mejor nos olvidamos de hacer daño a otros y de imaginar daños.

Por eso yo me lavo la mano que ha ayudado al que sufre, por eso me limpio incluso el alma.

Pues me he avergonzado de haber visto sufrir al que sufre, a causa de la vergüenza de él[157]; y cuando le ayudé, ofendí duramente su orgullo.

Los grandes favores no vuelven agradecidos a los hombres, sino vengativos; y si el pequeño beneficio no es olvidado acaba convirtiéndose en un gusano roedor.

«¡Sed reacios en el aceptar! ¡Honrad por el hecho de aceptar!» – esto aconsejo a quienes nada tienen que regalar.

Pero yo soy uno que regala: me gusta regalar, como amigo a los amigos. Los extraños, en cambio, y los pobres, que ellos mismos cojan el fruto de mi árbol: eso avergüenza menos.

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