Así habló Zaratustra

– ¡Ay! Pocos son siempre aquéllos cuyo corazón tiene un largo valor y una larga arrogancia; y en éstos tampoco el espíritu deja de ser paciente. Pero el resto es cobarde.

El resto: son siempre los más, los triviales, los sobrantes, los demasiados – ¡todos ellos son cobardes!

A quien es de mi especie le saldrán también al encuentro las vivencias de mi especie: de modo que sus primeros compañeros tienen que ser cadáveres y bufones[327].

Pero sus segundos compañeros – se llamarán sus creyentes: un enjambre animado, mucho amor, mucha tontería, mucha veneración imberbe.

¡A estos creyentes no debe ligar su corazón el que entre los hombres sea de mi especie; en estas primaveras y en estos multicolores prados no debe creer quien conoce la huidiza y cobarde especie humana!

Si pudiesen de otro modo, entonces querrían también de otro modo. Las gentes de medias tintas corrompen todo el conjunto. El que las hojas se marchiten, – ¡qué hay que lamentar en ello!

¡Déjalas ir y caer, oh Zaratustra, y no te lamentes! Es preferible que soples entre ellas con vientos veloces, –

– que soples entre las hojas, oh Zaratustra: ¡para que todo lo marchito se aleje de ti aún más rápidamente! –

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