Así habló Zaratustra

De los tres males

1

En el sueño, en el último sueño matinal, yo me encontraba hoy sobre un promontorio, – más allá del mundo, sostenía una balanza y pesaba el mundo.

¡Oh, qué pronto me llegó la aurora: me despertó con su ardor, la celosa! Celosa está ella siempre de los ardores de mi sueño matinal.

Mensurable para quien tiene tiempo, sopesable para un buen pesador, sobrevolable para alas fuertes, adivinable para divinos cascanueces: así encontró mi sueño el mundo: –

Mi sueño, un navegante audaz, a medias barco, a medias borrasca, callado como las mariposas, impaciente cual los halcones de cetrería: ¡cómo tenía hoy, sin embargo, paciencia y tiempo para pesar el mundo!

¿Acaso le alentaba secretamente a ello mi sabiduría, mi riente y despierta sabiduría del día, que se burla de todos los «mundos infinitos»? Pues ella dice: «donde hay fuerza, allí también el número se convierte en dueño: pues tiene más fuerza».

Qué seguro contemplaba mi sueño este mundo finito, lo contemplaba no curioso, no indiscreto, no temeroso, no suplicante: –

– como si una gran manzana se ofreciese a mi mano, una madura manzana de oro, de piel aterciopelada, fresca y suave: – así se me ofrecía el mundo: –

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