Así habló Zaratustra

El mago[469]

Y cuando Zaratustra dio la vuelta a una roca vio no lejos debajo de sí, en el mismo camino, a un hombre que agitaba los miembros como un loco furioso y que, finalmente, cayó de bruces en tierra. «¡Alto!, dijo entonces Zaratustra a su corazón, ése de ahí tiene que ser sin duda el hombre superior, de él venía aquel perverso grito de socorro, – voy a ver si se le puede ayudar». Mas cuando llegó corriendo al lugar donde el hombre yacía en el suelo encontró a un viejo tembloroso, con los ojos fijos, y aunque Zaratustra se esforzó mucho por levantarlo y ponerlo de nuevo en pie, fue inútil. El desgraciado no parecía ni siquiera advertir que alguien estuviese junto a él; antes bien, no hacía otra cosa que mirar a su alrededor, con gestos conmovedores, como quien ha sido abandonado por todo el mundo y dejado solo. Pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, comenzó a lamentarse de este modo[470]:

«¿Quién me calienta, quién me ama todavía?

¡Dadme manos ardientes!

¡Dadme braseros para el corazón!

¡Postrado en tierra, temblando de horror,

Semejante a un mediomuerto, a quien la gente le calienta los pies! –

Agitado, ¡ay!, por fiebres desconocidas,

Temblando ante las agudas, gélidas flechas del escalofrío,

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