Así habló Zaratustra

El más feo de los hombres

Y de nuevo corrieron los pies de Zaratustra por montañas y bosques, y sus ojos buscaron y buscaron, mas en ningún lugar pudieron ver a aquel a quien querían ver, al gran necesitado que gritaba pidiendo socorro. Durante todo el camino, sin embargo, se regocijaba en su corazón y estaba agradecido. «¡Qué buenas cosas, decía, me ha regalado este día para compensarme de haber comenzado mal![485] ¡Qué extraños interlocutores he encontrado!

Quiero rumiar durante largo tiempo sus palabras, como si fueran buenos granos; ¡mis dientes deberán desmenuzarlas y molerlas hasta que fluyan a mi alma como leche!». –

Mas cuando el camino volvió a girar en tomo a una roca, el paisaje se transformó de repente y Zaratustra penetró en un reino de muerte. En él peñascos negros y rojos miraban rígidos hacia arriba: ni una brizna de hierba, ni un árbol, ni el canto de un pájaro. Era, en efecto, un valle que todos los animales evitaban, incluso los animales de rapiña; sólo una especie de serpientes feas, gordas, verdes, cuando se volvían viejas, iban allí a morir. Por esto los pastores llamaban a este valle: Muerte de la Serpiente[486].

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