Así habló Zaratustra

El mendigo voluntario

Cuando Zaratustra hubo dejado al más feo de los hombres tuvo frío y se sintió solo: por su ánimo cruzaban, en efecto, muchos pensamientos fríos y solitarios, de modo que por este motivo también sus miembros se enfriaron más. Pero mientras continuaba su camino, subiendo, bajando, pasando unas veces al lado de verdes prados, pero también por barrancos salvajes y pedregosos, donde en otro tiempo, sin duda, un impaciente arroyo había tendido su lecho: de pronto sus pensamientos comenzaron a volverse más cálidos y cordiales.

«¿Qué me ha sucedido?, se preguntó, algo caliente y vivo me reconforta, y tiene que hallarse cerca de mí.

Ya estoy menos solo; desconocidos hermanos y compañeros de viaje andan vagando a mi alrededor, su cálido aliento llega hasta mi alma».

Mas cuando atisbo a su alrededor buscando a los consoladores de su soledad: ocurrió que eran unas vacas que se hallaban reunidas en una altura; su cercanía y su olor habían caldeado su corazón[494]. Aquellas vacas parecían escuchar con interés a alguien que les hablaba y no prestaban atención al que se acercaba. Y cuando Zaratustra estuvo junto a ellas oyó claramente que una voz de hombre salía de en medio de las vacas; y era manifiesto que todas ellas habían vuelto sus cabezas hacia quien hablaba.

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