Así habló Zaratustra

Entonces Zaratustra se lanzó presurosamente en medio de los animales y los apartó, pues temía que le hubiese ocurrido una desgracia a alguien, al cual difícilmente podía servirle de ayuda la compasión de unas vacas. Pero en esto se había engañado; pues he aquí que había allí un hombre sentado en tierra y parecía exhortar a las vacas a que no tuviesen miedo de él, hombre pacífico y predicador de la montaña[495], en cuyos ojos predicaba la bondad misma. «¿Qué buscas tú aquí?», exclamó Zaratustra con asombro.

«¿Que qué busco yo aquí?, respondió aquél: lo mismo que tú, ¡aguafiestas!, a saber, la felicidad en la tierra.

Mas para lograrlo quisiera aprender de estas vacas. Pues, sin duda lo sabes, hace ya media mañana que les estoy hablando, y justo ahora iban ellas a darme una respuesta. ¿Por qué las perturbas?

Mientras no nos convirtamos y nos hagamos como vacas no entraremos en el reino de los cielos[496]. De ellas deberíamos aprender, en efecto, una cosa: el rumiar.

Y, en verdad, si el hombre conquistase el mundo entero y no aprendiese esa única[497] cosa, el rumiar: ¡de qué le serviría! No escaparía a su tribulación,

– a su gran tribulación: la cual tiene hoy el nombre de náusea. ¿Quién no tiene hoy llenos de náusea el corazón, la boca y los ojos? ¡También tú! ¡También tú! ¡Contempla, en cambio, a estas vacas!». –

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