Así habló Zaratustra

A mediodía

Y Zaratustra corrió y corrió y ya no volvió a encontrar a nadie y estuvo solo y se encontró continuamente a sí mismo y disfrutó y saboreó su soledad y pensó en cosas buenas, – durante horas. Mas hacia la hora del mediodía, cuando el sol se hallaba exactamente encima de su cabeza, Zaratustra pasó al lado de un viejo árbol, torcido y nudoso, el cual estaba abrazado y envuelto por el gran amor de una viña, quedando oculto a sí mismo: de él pendían, ofreciéndose al viajero, racimos amarillos en gran número. Entonces se le antojó calmar una pequeña sed y cortar un racimo; pero cuando ya extendía el brazo para hacerlo se le antojó todavía otra cosa, a saber: echarse junto al árbol, a la hora del pleno mediodía, y dormir.

Esto hizo Zaratustra; y tan pronto como estuvo tendido en el suelo, en medio del silencio y de los secretos de la hierba multicolor, olvidó su pequeña sed y se durmió. Pues, como dice el proverbio de Zaratustra: una cosa es más necesaria que la otra[507]. Ahora bien, sus ojos permanecían abiertos: – no se cansaban, en efecto, de ver y de alabar el árbol y el amor de la viña. Y mientras se dormía, Zaratustra habló así a su corazón.

¡Silencio! ¡Silencio! ¿No se ha vuelto perfecto el mundo en este instante?[508] ¿Qué es lo que me ocurre?

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