Así habló Zaratustra

El signo

A la mañana después de aquella noche Zaratustra se levantó de su lecho, se ciñó los riñones[589] y salió de su caverna, ardiente y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas.

«Tú gran astro, dijo, como había dicho en otro tiempo[590], profundo ojo de felicidad, ¡qué sería de toda tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!

Y si ellos permaneciesen en sus aposentos mientras tú estás ya despierto y vienes y regalas y repartes: ¡cómo se irritaría contra esto tu orgulloso pudor!

¡Bien!, ellos duermen todavía[591], esos hombres superiores, mientras que yo estoy despierto: ¡ésos no son mis adecuados compañeros de viaje! No es a ellos a quienes yo aguardo aquí en mis montañas.

A mi obra quiero ir, a mi día: mas ellos no comprenden cuáles son los signos de mi mañana, mis pasos – no son para ellos un toque de diana.

Ellos duermen todavía en mi caverna, sus sueños siguen rumiando mis mediasnoches. El oído que me escuche a , – el oído obediente[592] falta en sus miembros».

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