1984

Entonces, márchate de mi lado lo más pronto que puedas. No necesitaba habérselo dicho. Pero, por lo pronto, no se podía mover. Los camiones no dejaban de pasar y la gente no se cansaba de expresar su entusiasmo. Aunque es verdad que solamente lo expresaban abriendo la boca en señal de estupefacción. Al principio había habido algunos abucheos y silbidos, pero procedían sólo de los miembros del Partido y pronto cesaron. La emoción dominante era sólo la curiosidad. Los extranjeros, ya fueran de Eurasia o de Asia Oriental, eran como animales raros. No había manera de verlos, sino como prisioneros; e incluso co-mo prisioneros no era posible verlos más que unos segundos. Tampoco se sabía qué hacían con ellos aparte de los ejecutados públicamente como criminales de guerra. Los demás se esfumaban, seguramente en los campos de trabajos forzados. Los redondos rostros mongólicos habían dejado paso a los de tipo más euro-peo, sucios, barbudos y exhaustos. Por encima de los salientes pómulos, los ojos de algunos miraban a los de Winston con una extraña intensidad y pasaban al instante. El convoy se estaba terminando. En el último camión vio Winston a un anciano con la cara casi oculta por una masa de cabello, muy erguido y con los puños cruzados sobre el pecho. Daba la sensación de estar acostumbrado a que lo ataran. Era imprescindible que Winston y la chica se separaran ya. Pero en el último momento, mientras que la multitud los seguía apretando el uno contra el otro, ella le cogió la mano y se la estrechó.

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