1984

No habría durado aquello más de diez segundos y, sin embargo, parecía que sus manos habían estado unidas durante una eternidad. Por lo menos, tuvo Winston tiempo sobra do para aprenderse de memoria todos los detalles de aquella mano de mujer. Exploró sus largos dedos, sus uñas bien formadas, la palma endurecida por el trabajo con varios callos y la suavidad de la carne junto a la muñeca. Sólo con verla la habría reconocido entre todas las manos. En ese instante se le ocurrió que no sabía de qué color tenía ella los ojos. Probablemente, castaños, pero también es verdad que mucha gente de cabello negro tienen ojos azules. Volver la cabeza y mirarla hubiera sido una imperdonable locura. Mientras había durado aquel apretón de manos invisible entre la presión de tanta gente, miraban ambos impasibles adelante y Winston, en vez de los ojos de ella, contempló los del anciano prisionero que lo miraban con tristeza por entre sus greñas de pelo.

II

Winston emprendió la marcha por el campo. El aire parecía besar la piel. Era el segundo día de mayo.

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