1984

Winston sudaba por todo su cuerpo, pero su cara permanecía completamente inescrutable. ¡Nunca os manifestéis desanimados! ¡Nunca os mostréis resentidos! Un leve pestañeo podría traicionaros. Por eso, Winston miraba impávido -a la instructora mientras ésta levantaba los brazos por encima de la cabeza y, si no con gracia, sí con notable precisión y eficacia, se dobló y se tocó los dedos de los pies sin doblar las rodillas.

-¡Ya habéis visto, camaradas; así es como quiero que lo hagáis! Miradme otra vez. Tengo treinta y nueve años y cuatro hijos. Mirad -volvió a doblarse-. Ya veis que mis rodillas no se han doblado. Todos vosotros podéis hacerlo si queréis -añadió mientras se ponía derecha-. Cualquier persona de menos de cuarenta y cinco años es perfectamente capaz de tocarse así los dedos de los pies. No todos nosotros tenemos el privilegio de luchar en el frente, pero por lo menos podemos mantenernos en forma. ¡Recordad a nuestros muchachos en el frente malabar! !Y a los marineros de las fortalezas flotantes! Pensad en las penalidades que han de soportar. Ahora, probad otra vez. Eso está mejor, camaradas, mucho mejor -añadió en tono estimulante dirigiéndose a Winston, el cual, con un violento esfuerzo, había logrado tocarse los dedos de los pies sin doblar las rodillas. Desde varios años atrás, no lo conseguía.

IV

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