A los catorce o quince años, yo era un repelente pequeño esnob, pero no más que otros muchachos de mi misma edad y clase social. Me imagino que no hay ningún lugar en el mundo donde el esnobismo esté tan presente y sea cultivado de manera tan refinada y sutil como en una public school[16] inglesa. En este punto al menos, no se puede decir que la «educación» inglesa no cumpla sus objetivos. El latín y el griego se olvidan a los pocos meses de abandonar la escuela —yo estudié griego durante ocho o diez años, y ahora que tengo treinta y tres no recuerdo ni el alfabeto—, pero el esnobismo, si uno no lo combate incesantemente como una mala hierba que se reproduce, le acompaña a uno hasta la tumba.