SÓCRATES. —Perfectamente, mi querido amigo. PodrÃa suceder que fuese más difÃcil reconocer esta raza de filósofos que la de los dioses. Estos hombres, en efecto, que la ignorancia representa bajo los más diversos aspectos, van de ciudad en ciudad (no hablo de los falsos filósofos, sino de los que lo son verdaderamente) dirigiendo desde lo alto sus miradas sobre la vida que llevamos en estas regiones inferiores, y unos los consideran dignos del mayor desprecio y otros de los mayores honores; aquà se les toma por polÃticos, allà por sofistas, y más allá falta poco para que los tengan por completamente locos. Quisiera saber de nuestro extranjero, si no lo lleva a mal, qué opinión se tiene de todo esto en su paÃs, y qué nombre se le da.
TEODORO. —¿De quiénes hablas?
SÓCRATES. —Del sofista, del polÃtico y del filósofo.[2]
TEODORO. —Pero ¿qué es lo que tanto te embaraza y te hace dirigir esta pregunta al extranjero?
SÓCRATES. —Lo siguiente. ¿Representan estos nombres en Elea una sola cosa o dos; o bien, asà como son tres nombres, distinguen tres clases de individuos, aplicando a cada nombre particular una clase particular?
TEODORO. —Creo que no tiene inconveniente en explicarte esto. ¿No es asÃ, extranjero?