La República

—No es difícil hacerlo —dijo—. Parecía, en efecto, que habías agotado todo lo relativo al Estado, y concluías poco más o menos lo mismo que ahora,[2] diciendo que un Estado, para ser perfecto, debía parecerse al que acabas de describir, y que sería hombre de bien el que se condujese conforme a los mismos principios, si bien te pareció posible dar del uno y del otro un modelo más acabado aún.[3] Pero añadías que, si esta forma de gobierno era buena, todas las demás serían defectuosas. En cuanto alcanza mi memoria, recuerdo que contabas cuatro especies cuyos defectos era conveniente examinar, comparándolos con los de los individuos cuyo carácter respondía a cada una de estas especies, a fin de que, después de haberlos considerado todos con cuidado y de estar seguro acerca de cuál es el mejor y cuál el peor, nos fuese posible juzgar si el primero es el más dichoso y el segundo el más desgraciado de los hombres, o si las cosas pasan de otra manera. Y en el punto mismo en que te suplicaba yo que nos dieras a conocer esas cuatro especies de gobierno, Adimanto y Polemarco nos interrumpieron y te comprometieron a entrar en la digresión que ha concluido en este momento.

—Me lo has recordado —dije— con toda exactitud.

—Haz como los luchadores; dame el mismo asídero, y responde ahora a la misma pregunta a que te proponías contestar entonces.

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