—Estas conversaciones —repliqué yo— son precisamente las que querrÃamos oÃr.
—Nada más fácil —dijo—. Él las ha pasado y repasado en su espÃritu desde su primera juventud. Ahora vive con su abuelo, del mismo nombre que él, y dedicado a sus caballos y al arte. Si quieres, vamos en su busca. Acaba de partir de aquà para ir a su casa, que está cerca, en Méleto[5].
Hablando de esta manera, nos pusimos en marcha, y encontramos a Antifón en su casa, que estaba dando a un operario una brida para componer. Despedido este, y habiendo manifestado sus hermanos el objeto de nuestra visita, y recordando Antifón mi primer viaje, me reconoció y me saludó. Le suplicamos que nos refiriera las conversaciones de las que tenÃa conocimiento. Al pronto, puso alguna dificultad.
—No es un negocio de poca monta —nos dijo. Sin embargo, concluyó por tomar la palabra.