El Corsario Negro

De la costa acudían multitud de aves que revoloteaban sobre las aguas. Bandadas de cuervos y pajarracos rapaces del tamaño de un gallo volaban en las proximidades de las playas, siempre dispuestos a lanzarse sobre la más pequeña presa y hacerla pedazos aún viva; sobre las olas pasaban rozándolas batallones de distintos volátiles, algunos con la cola en forma de horquilla, negras las plumas del dorso y blancas las del vientre, y con picos de forma tal que los condenan a pasar largos ayunos, pues si los peces no se les meten casi espontáneamente en la boca, esos desdichados con dificultad llegan a coger uno, pues la mandíbula inferior la tienen mucho más larga que la superior. No faltaban tampoco los fetones, tan comunes en las aguas del gran golfo mexicano. Veíaseles explorar las ondas formando largas filas, dejando flotar pendientes las largas barbas de su cola, e imprimiendo a sus alas una vibración convulsiva y enérgica, no exenta de gracia.

Espiaban a los peces voladores, que saltaban repentinamente fuera del agua surcando el aire por espacio de cincuenta o sesenta brazas, y sumergiéndose después para volver a comenzar su juego.



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