El Corsario Negro

CAPÍTULO XIII

FASCINACIONES MISTERIOSAS

El Rayo marchaba lentamente hacia el Septentrión, con objeto de llegar a las costas de Santo Domingo, y ya allí, meterse en el amplio canal abierto entre esta isla y la de Cuba.

Además de la impedimenta del barco de línea que se veía obligado a remolcar, el buque marchaba con gran trabajo a causa del obstáculo que ofrecía la gran corriente equinoccial que, después de atravesar el Atlántico, corriendo en dirección de las playas de América Central, sale dando un gran rodeo del Golfo de México por cerca de las islas de Bahama y las costas meridionales de la Florida.

Por fortuna, el tiempo se mantenía sereno; de otro modo, El Rayo se habría visto obligado a abandonar a la furia de las olas la presa que cobrara a tan alto precio, pues los huracanes que se desencadenan en los mares de las Antillas son tan terribles, que es imposible formar idea de su violencia.

Aquellas regiones, que parecen bendecidas por la mano de Dios; aquellas opulentas islas, cuya fertilidad es prodigiosa, favorecidas por un clima sin par y por un cielo que en su pureza nada tiene que envidiar al tan decantado de Italia, se ven sujetas a menudo a espantosos cataclismos, que por causa de los vientos dominantes y de la corriente equinoccial las trastornan en pocas horas.

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