El Corsario Negro

CAPÍTULO XXXII

EN MANOS DE WAN GULD

Durante aquel larguísimo día no dieron señales de vida Wan Guld ni los marineros. No parecía sino que estaban tan seguros de capturar más pronto o más tarde a los tres filibusteros refugiados en la cima del monte, que tenían como superfluo en absoluto dar el asalto.

Seguramente, querían obligarlos a rendirse por hambre y sed, pues al Gobernador le interesaba coger vivos a los formidables filibusteros para ahorcarlos, como hizo con los desgraciados hermanos los Corsarios Verde y Rojo en la plaza de Maracaibo.

Carmaux y Wan Stiller, sin embargo, se habían hecho cargo de la presencia de los marineros. Tomando mil precauciones se aventuraron bajo la espesura, y pudiendo atisbar a través de las hojas numerosos grupos de hombres acampados en la falda del cerro. Pero no vieron ni uno solo cerca de las orillas del pequeño lago, señal evidente de que los sitiadores habían experimentado la toxicidad de aquellas aguas saturadas de nikú.

Llegada la noche hicieron sus preparativos los tres filibusteros, resueltos a forzar las líneas antes que esperar en el campamento atrincherado una muerte lenta por hambre y sed, puesto que tenían cerrado el camino para ir a aprovisionarse.

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