El Corsario Negro

Hacia las once de la noche, y después de haber inspeccionado las márgenes de la plataforma y de haberse convencido de que sus enemigos no habían dejado sus respectivos campamentos, repartidos entre sí los pocos víveres que poseían y las municiones, salieron en silencio del recinto fortificado, y descendieron en dirección del estanque.

Antes de ponerse en marcha determinaron con exactitud las posiciones ocupadas por los españoles, con objeto de dar de improviso en cualquiera de aquellos pequeños campamentos y producir la alarma, cosa que era preciso evitar a todo trance para que no se malograse el atrevido proyecto, único medio que tenían de sustraerse al implacable odio del Gobernador. Cierto que podía haber centinelas destacados; pero a favor de la profunda obscuridad que reinaba en la floresta, esperaban poder evitar su encuentro a fuerza de astucia y de prudencia.

Arrastrándose como reptiles y muy lentamente para que no rodase ningún canto, llegaron al cabo de diez minutos debajo de los grandes árboles, donde la obscuridad era absoluta. Escucharon durante algunos minutos, y como no oyeran ningún ruido, viendo brillar todavía en la falda del monte las hogueras de los acampados, volvieron a ponerse muy despacio en camino tanteando siempre el terreno con las manos para no hacer crujir las hojas y evitar una caída en cualquier hendidura o sima.

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