El Corsario Negro

CAPÍTULO I

LOS FILIBUSTEROS DE LAS ISLAS DE LAS TORTUGAS

Entre las tinieblas y alzándose del mar, resonó una voz robusta que vibraba con timbre ligeramente metálico, lanzando estas amenazadoras palabras:

—¡Los de la canoa! ¡Alto, u os echo a pique!

Como si huyese de un grave peligro, se alejaba de la alta costa, que se delineaba confusamente sobre las aguas de color de tinta, una barquilla tripulada por dos hombres, y avanzaba muy fatigosamente. Al oír la voz, ambos marineros retiraron en el acto los remos, miraron inquietos ante ellos, y aguzaron la vista al descubrir una sombra que no parecía sino que hubiera surgido de improviso del seno del mar.

Tenían como unos cuarenta años, y sus facciones, enérgicas y angulosas, parecíanlo más aún, a causa de lo enmarañado de sus incultas barbas, de las cuales pudiera creerse que no habían conocido jamás el peine ni el cepillo.

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