EL CASCO DE «LA CONCHA»
Los cuatro, con el sospechoso malayo, embarcáronse en la chalupa, capaz para contener diez personas lo menos, y remontaron apresuradamente el rĂo, favorecidos por la alta marea. Como el junco estaba anclado en la boca del Talaján, tenĂan aĂşn que recorrer un buen trecho de agua marina, que conservaba entre ambas orillas maravillosa limpidez, permitiendo distinguirse lĂmpidamente el fondo y ver todos los objetos a travĂ©s del movible cristal.
Than-Kiu y Hong, que se habĂan sentado a popa, en tanto que el malayo se hubo tendido a la larga en la proa, no separaban sus miradas del fondo, esperando ver algĂşn resto del naufragio; pero en la arena que formaba el lecho del Talaján no aparecĂa huella alguna del infortunado vaporcito; sĂłlo se distinguĂan cefalĂłpodos provistos de largos tentáculos, como brazos llenos de ventosas; pĂłlipos bastante buscados por los pescadores chinos y japoneses; algunas parejas de esos graciosos peces de piel azulada de reflejos metálicos, llamados pomacentras, muellemente tendidos entre las algas; tal cual gigantesco halioti, y madreperlas que irradiaban todos los colores del iris, cuya carne es muy apreciada por los indĂgenas.
—Habrá sido todo arrastrado al mar —observĂł Hong dirigiĂ©ndose a la joven, que parecĂa buscar con insistencia algĂşn objeto perteneciente a Romero.